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Ficción y realidad

De todos es sabido (o debiera serlo, a estas alturas) que Rubén no es un actor “al uso”. No al menos como nos gustaría a sus seguidores, impacientes (o extremadamente pacientes) a la espera de cualquier atisbo de noticia fresca, una imagen, un nuevo trabajo.

Pinceladas. Y dando gracias las que tenemos la suerte de poder saber, a veces, por dónde puede moverse el tan escurridizo "pez" en su Mar.


La reflexión es muy sencilla: no hay más opción que aceptar su decisión o forma de entender su profesión, porque no va implícito en ella, por extensión, su vida personal. No se trata de lo que a nosotros nos gustaría sino lo que le guste a él. No viene a cuento mencionar su promoción o no promoción.


Quizá trate de pasar página con cada personaje finalizado. Como Conrado, que hace un año que ya no interpreta. Como Joan, que dejará de interpretar en unos meses. Todo su anterior trabajo formará parte de su currículum pero no de su día a día. O no debiera.


Nadie nos obliga a seguirle. Nada nos exige Rubén. Nada podemos ni debemos exigirle. Es nuestra voluntad hacer lo que hacemos. Es su opción la de observar sin ser visto. Y, de vez en cuando, hacernos llegar, de alguna manera, su agradecimiento. Con eso nos conformamos.


Esto viene a que, primero en una página, ahora en otra, es constante el aluvión de mensajes ávidos de noticias que, como bien respondo habitualmente, no hay. Y si las hay, por minúsculas que sean, las pongo (si se puede) de forma notoria en la página, para hacéroslas llegar a todos. No hay más explicaciones ni añadidos en privado. Ya no. De todo se aprende.


Rubén se define en las pocas entrevistas que ha dado como una persona que asume los focos como parte de su trabajo, pero no de su vida privada. Premisa a tener en cuenta. No todo vale. No hay encerronas que valgan para conseguir algo. Hay distancias marcadas, que él acorta si lo ve necesario o meritorio. Hay peticiones de permiso para según qué publicaciones. Hay respeto a su intimidad.


Publicamos lo que él ha dicho antes y que no vulnera su firme deseo de mantenerse al margen de las redes sociales ni convertirse en pieza de este circo. Sabemos, de su puño y tecla (a través de mensaje de despedida que me envió a la anterior página, y del que conservo el original) que Rubén es una persona de apego familiar, que disfruta de su entorno privado, de su pareja, de su perro y de su gato (Monty y Newman) (por cierto, nombres muy cinematográficos)


Que le apasiona leer, viajar, caminar, bucear… vivir al margen de clichés y de photocalls. Que su horario de trabajo termina cuando cuelga el vestuario de su personaje, viste sus vaqueros y se carga con su mochila al hombro.


Recordando también su alusión de Peter Brook, el punto mágico del teatro es cuando el actor y espectador se encuentran. Y al actor, creo, se llega a través de sus personajes. Si ha conseguido llegar a nosotros, es que el actor ha hecho una encomiable labor.


Nos ha llegado al alma Conrado. Y Joan. Y Pol. Nos llegará cualquier otro que conozcamos en el futuro, si lo hay. Nos gustaría disfrutar de la cercanía de una representación teatral, donde todo apunta a que es su medio más cómodo y escenario natural para mostrar todo su potencial de actor.


Pero, a su vez, tenemos pendiente un ejercicio muy importante de responsabilidad y respeto hacia él: no encasillarlo. Separar a Rubén de sus “hijos ficticios”.


Rubén no es el “bonachón” Conrado. Ni el “odioso” Joan. Ni el “misterioso” Pol. No es ficción. Así que, muy a nuestro pesar, la realidad es que Rubén Serrano, actor, es lo que él quiere ser. Sin más.




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